Un rincón se genera cuando se habita un espacio de la casa. Antes, sólo hay una pared, que choca con el piso, que la escoba lo barre cada tanto.
Justo cuando andaba desrinconando un cachito de mi corazón, encontré un nuevo lugar en casa, situado al lado de mi habitación.
Ahora lo miro y no me explico cómo se formó, las partes que puse yo, las que se amontonaron de forma involuntaria, las que trajo andá-a-saber-quién. No sé bien cómo algo o alguien se mete en un espacio que no es nada, y sin consultarte, lo convierte en un rincón que se te instala en el medio de la casa.

Soltame

Lo agarré de las muñecas, sostuve sus brazos contra la cama sin dejarlo que se mueva. Arriba suyo lo miré a los ojos y me reí. Él forcejeaba.
-Dale, salí, boluda.
-No.
-No me calienta.
-¿Qué me importa?
Seguí forzándolo, él luchaba para que lo libere, yo en cambio entregaba más y más peso sobre su cuerpo. Empecé a refregarme en él.
-No me vas a poder chupar la pija si me sostenés-dijo.
-Qué sabés- desafié.
Seguí mateniendo sus brazos paralizados. Él aflojó su cuerpo y me miró con ojos de suplicio. Vi en su mirada la desesperación que tantas veces él me había ocasionado.
Nos levantamos de la cama. Él intentó tocarme, pero lo agarré de la nuca y empecé a apretársela de a poquito, cada vez más y más fuerte. Las ganas de hundir mis dedos en su cuello iban creciendo. Pensé en que él podría zafarse y hacérmelo a mí, así que decidí soltarlo.
Se acomodó la remera y el pantalón, se puso las zapatillas. Agarró el celular, la billetera. Intentó irse, pero cerré la puerta de mi cuarto todas las veces que la abrió, agarrándolo de las manos, empujándolo, riéndome. Se detuvo, me pidió que me ponga seria. Entonces, le pedí unos minutos. Acaricié sus manos, inspeccioné su rostro, y tironeé un poquito de su pelo a dos aguas, sabiendo que sería la última vez que lo tocaría, y no me importó. Lo abracé, y respiré.
Bajamos la escalera. En la puerta de casa, le dí un beso. Y sin mirarlo, después de dos años de conocerlo, lo dejé ir.