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Entré al chino y estaba Mariano.
-Marian, ¿qué hacés por acá? -dije mientras me peinaba un poco con la mano. Apareció una chica de pelo cortito, nariz rara, dientes raros, ropa rara. Era de esas personas que no sabés si son lindas o feas.
-Francisca, ella es Laura. -nos presentó Mariano. Al chico de joggineta se le había olvidado comentarme que salía con una especie de bailarina en la oscuridad que no podía escaparle a su excéntrico destino estético. Mariano me contó que estaba por estrenar una obra de teatro, que después me pasaba el dato. Yo agarré unos Don Satures y me fui a mi casa.
Un par de días después me agregó a Facebook desde la cuenta de la obra en la que estaba actuando, me dijo que qué garrón habernos cruzado de esa forma, que le había resultado un poco incómodo, y que además estaba muy linda. Sentí que su objetivo tramposo iba tomando forma, si no por qué me decía esas cosas desde un Facebook institucional. Así que cerré la ventana de chat.
Me lo volví a encontrar en la misma mesa de aquella vez. Leía y resaltaba algunos conceptos, y borraba anotaciones con Liquid Paper. Me abrazó con todo el cuerpo, como si se le hubiese escapado y no se hubiera podido controlar. Tenía un par de entradas para el teatro encima, así que me las dio. Me acordé de su novia rara, y pensé que él también lo era. Acepté.
Caí en el San Martín sola porque no había encontrado coequiper. No era la primera vez que lo hacía, disfrutaba mucho andar recorriendo lugares y personas a mi tiempo. Durante la función reconocí al streaper entre los actores: me llamó mucho la atención que la noche que habíamos estado juntos no me había hecho ningún comentario al respecto, y pensé en cuántas novedades interesantes deben pasársenos de largo cuando vemos a alguien. El mundo una vez más se volvía un excitante pañuelo endogámico.
Al terminar la función, Gonzalo, el streaper, me insistió para que vaya a cenar con él y varios más. La obra había sido brillante, y la pizza de Güerrín, además de chorrearse de muzzarella, prometía jugar al límite por compartir la mesa con Gonzalo, Mariano y su novia amelienesca.
La conversación giró en torno al callecorrentismo teatral: tal puesta de Tolcachir en el Lola Membrives, que las funciones en Timbre 4 tienen ese noséqué, que qué groso es Muscari, o que es un idiota. Y qué grande es Javier Daulte, por favor.
Al momento de irnos Mariano me sonreía con ojos libidinosos, Francisca -que no se daba cuenta de que su novio me morfaba con la mirada- se reía borracha y me decía que vaya con ellos en el auto. Era la frutilla del postre de lo bizarro. Esperar el 140 era un garrón, así que me subí al Corsa.
Durante el trayecto charlamos un montón, cuando llegamos a mi casa la discusión sobre popes de las tablas estaba recién iniciándose, nos detuvimos frente a mi puerta y seguimos con la conversación, pero Francisca se puso a insistir en que vayamos los tres a tomar algo. Dudé por dos segundos, pero acepté.
En el departamento de Ávalos, Mariano preparó un Fernet enorme para los tres. Ella abrió unas fotos en la notebook para mostrarme. Me senté frente a la compu en un banquito, se acercó Mariano, entonces Francisca se sentó en el mismo banquito que yo. Como a las diez imágenes, me di cuenta de que la mano de ella estaba sobre mi rodilla, no sabía muy bien cuándo había empezado a acariciarme pero se deslizó hasta mi entrepierna. Me quedé quieta, paralizada. Miré a Mariano, él a Francisca que sonrió y me beso. La brutalidad de Mariano lanzándose a mi cuello se contrapuso a la delicadeza de su novia. Él, desde atrás mío, alternaba entre besarme la espalda por debajo de la remera, y besar a su novia en los labios. Yo lo recorría a Mariano con mis manos, y un poco con mi lengua. Olía muy bien, ella mejor todavía. Él metió su mano adentro de mi bombacha, y casi como un acto reflejo le mordisqueé el lóbulo de la oreja a Francisca. Nos besamos los tres en los labios, nuestras lenguas se mezclaban, y así nos fuimos sacando la ropa el uno al otro, y al otro. De a poco fuimos hasta la cama, ahí nuestras piernas se entrelazaban, nuestros pies se acariciaban, nuestras lenguas jugueteaban. Mariano nos tocaba a las dos juntas, y Francisca acababa una vez tras otra, lo hizo como diez veces, yo -que no quería que se termine ese momento- retenía mi orgasmo, lo aguantaba, lo hacía frenar a Mariano por momentos, y lo hacía continuar con desesperación. Así seguimos un rato, hasta que entre los dos empezaron a darme sexo oral, empecé a retorcerme, perdía la consciencia, los ojos se me iban para atrás, los deditos de los pies se me retorcían, trataba de entenderme, pero no me daba cuenta si estaba viviendo un gran orgasmo que no concluía o si eran muchos chiquitos. Después fue el turno de Mariano, y Francisca al ver a su pareja en éxtasis, como si hubiese recibido algún estímulo físico, volvió a tener un orgasmo.
Cuando volví de mirar mi celular, que sonaba hacía rato de forma repetitiva por culpa de un mensaje de texto, vi cómo Mariano y Francisca se miraban cómplices: sus ojos transparentes me decían que entre ellos había tanto amor que podían compartirlo.
Y esa noche había sido conmigo.

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